Según relata Prudencio Landín en su libro "De mi viejo carnet" en 1876, un grupo de pontevedreses como los poetas Andrés Muruais, Renato Ulloa y Rogelio Lois; el pintor Federico Guisasola; el decorador Demetrio Durán o el músico Prudencio Piñeiro, reinventaron el personaje de Urco.
Meses antes del Carnaval, el grupo difundió la noticia de que en determinados sitios había sido visto un monstruo que realizaba toda clase de fechorías. Según recuerda Prudencio Landín , «cundió el pánico hasta en los vigilantes nocturnos, que redoblaron sus medios de de defensa». El monstruo, tal y como refleja Filgueira Valverde en el artículo Del Urco al esperpento (Revista de dialectología y tradiciones populares, 1977), no era otro que el propio Muruais «vestido de pieles, con una máscara animal, arrastrando cadenas y dando lastimeros aullidos».
Fue en el barrio de A Moureira donde se identificó a la aparición como «O Urco». El poeta y sus colegas se divertían de lo lindo en sus tertulias, viendo cómo habían hecho renacer la vieja leyenda de este personaje demoníaco.
De ahí a convertir a Urco en una figura carnavalesca pasaron pocos días. El grupo movilizó a la ciudad entera en una representación que se repetiría en sucesivos años, y cuyas parodias recogió el propio Muruais en varias publicaciones.
Envenenado
La historia ideada por el poeta acababa con que Urco, «perseguido y acosado, retornó a su pueblo, allende los mares. Y para garantizar la seguridad de nuestro pueblo vino Teucro, fundador mitológico de Pontevedra, con sus huestes».
Y ahí comenzó la representación, que detalla Prudencio Landín en su libro. Urco regresó acompañado por sus legiones guerreras, con el comienzo del carnaval de 1876. Teucro, para engañar al invasor, lo recibió entre festejos y, al tercer día de las celebraciones Urco murió, supuestamente envenenado. Entonces aparece Urquín, hijo del anterior, para vengar con una guerra la muerte de su padre.
La batalla tuvo lugar el domingo de Carnaval, en forma de representación por toda la ciudad ante la mirada de miles de espectadores, según reproduce fielmente el libro de Landín. Federico Guisasola convirtió la Herrería en un gran castillo coronado de almenas, con puente levadizo y fosos, en el que se refugiaron Teucro y sus hombres, mientras Urquín se acercaba sobre una carroza. «La muchedumbre lo invadía todo -relata Landín-: casas, tejados, tribunas expresamente construidas, árboles y torres de San Francisco y A Peregrina».
A partir de 1983 se recupera esta figura para el carnaval de Pontevedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario